Carlos Saura frente al espejo: las memorias inacabadas del gran director
Por Elsa Fernández-Santos
06 de septiembre de 2023
Aunque en alguna ocasión aseguró que no perdería el tiempo escribiendo sus memorias, Carlos Saura se acabó traicionando a sí mismo y tres años antes de su muerte (falleció el 10 de febrero de 2023, a los 91 años) empezó a redactarlas. En su descargo hay que decir que seguramente no lo hubiese hecho sin el insospechado desafío de una pandemia. La soledad impuesta, especialmente cruento con los ancianos, colocó al cineasta ante su propio espejo. Saura tituló esas memorias, que ahora se publican, De imágenes también se vive (Editorial Taurus). Trabajó en ellas hasta sus últimos días, aunque no las acabó. Su estilo fragmentado respondía al propio carácter de su autor, a su vida entre silencios, y a que, como su hermano, el pintor Antonio Saura, tenía “la manía de llenar tableros de corcho de una iconografía particular”.
Creador incansable que se implicó en proyectos escénicos y documentales hasta el final de su vida, a Saura le gustaba bajar a Madrid desde su casa de Collado Mediano en el tren de Cercanías, pero con las alas cortadas por la alarma sanitaria global solo le quedó volar por la memoria, repasando álbumes y textos en el ordenador de su abigarrado estudio, un lugar repleto de cámaras, apuntes, postales, dibujos y fotografías. Una habitación con vistas que era el corazón de una casa y ese tablero visual de una vida: “Ese tablero se renueva de vez en cuando”, escribe Saura en su libro, “no solo cuando una convulsión sentimental da al traste con años de vida en común y por lo tanto de recuerdos fotográficos, sino porque de vez en cuando surge la imperiosa necesidad de renovar la iconografía y ponerla al día”.
En ese lugar, donde nunca faltaban animales y niños, el cineasta empezó a desempolvar rincones de su infancia y primera juventud, médula de una existencia plena marcada por la sombra de la Guerra Civil, poblada por los recuerdos de un hogar que sorteó con música y juegos las terribles circunstancias. Saura recuerda cómo su padre, vinculado al Gobierno de la República, cuando el sitio de Madrid ya no daba tregua, improvisó una hoguera en el salón: “Con la madera de las puertas de la casa. Crecí asustado por las bombas, pero bajo el amparo amoroso de mis padres, Fermina y Antonio; la complicidad y camaradería con su hermano mayor, Antonio, y postrado en la cama durante casi todo el año escolar, y el afecto de sus hermanas, María Pilar y Ángeles.”
Uno de los mejores pasajes de su libro, resume así su paso por el mundo: “Con el estado de ánimo de quien reconoce que la vida ha sido amable, y que sería un desagradecido si no reconociera que hasta ahora los momentos placenteros han superado con creces aquellos otros dominados por la amargura y la desesperación, ahora me encuentro, con 90 años cumplidos y en otro siglo del que nací, en condiciones de reflexionar sobre la persistencia de ciertas imágenes en la retina. Esas imágenes me han acompañado para recordarme que si hay una respuesta a las grandes preguntas: ¿dónde vienes y adónde vas? Vengo de allá, de la guerra. Voy allá, hacia la muerte, y entre medias la vida de cada día”.
Desde muy joven, Saura mostró su interés por diferentes disciplinas artísticas. La fotografía, la pintura y la música siempre fueron parte del calor familiar. Pero la pasión por el cine nació en la calle, con el Madrid pobre y apelado de la posguerra el pequeño se escapaba a las sesiones de los cines de barrio cercanos a su casa familiar de la avenida de Menéndez Pelayo para ver una y otra vez la versión de los años treinta de El prisionero de Zenda.
Saura evoca con precisión los primeros días de la guerra: los desfiles de milicianos con el puño en alto, las canciones, las ventanas de la ciudad cerradas y los juegos inocentes en un descampado contiguo al edificio. También el hambre y los muertos. Una experiencia traumática que acabará reflejada de forma alegórica en películas como La caza (1966), El jardín de las delicias (1970), o La prima Angélica, filme de 1974 seleccionado para el Festival de Cannes que hablaba de la contienda desde la memoria de los vencidos y que se convirtió en una diana mediática para la ola de presión de la agonía dictatorial. La película provocó tal revuelo que acabó con el cese de dos ministros y algunos atentados ultras, incluida una bomba en la entrada del cine Balmes de Barcelona y un intento de robo de varios rollos de la película en otro cine, al Amaya de Madrid. Según Saura, que escribió el guion con Rafael Azcona, fue una concisa frase de Valle-Inclán la que dio la clave narrativa que perseguía: “Las cosas no son como las vemos, sino como las recordamos”.
Mucho antes de aquel suceso clave en la historia del cine español, la fotografía le permitió ganarse la vida muy pronto, configuró su manera de documentar la realidad y, por tanto, de filmarla. Es imposible trazar el multifacético legado cinematográfico de Saura sin el eje de su ojo fotográfico. Su filmografía, más de medio centenar de largometrajes y mediometrajes, responde a épocas y tentativas muy dispares, con aciertos y tropiezos, éxitos internacionales incontestables y homenaje final un día después de su muerte, el Goya de Honor, que sirve de colofón para alabar la admiración e influencia de su obra en las nuevas generaciones de cineastas.
Fue un artista marcado por su vocación, con un espíritu indagador que conectaba con las raíces y modas populares y con la idea de permitir avanzar sin miedo al cambio y equivocarse. Entre sus prácticas para el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, germen de la Escuela Oficial de Cine, destaca el cortometraje La tarde de domingo. Como en Los golfos (1960) o en Deprisa, deprisa (1981), a Saura le atraía el desasosiego y frustración, juventud y miseria del cine de denuncia.
Admiraba a Buñuel y el retrato inconformista de su tiempo se alimentaba de su vida. Su primera esposa fue la actriz Adela Medrano, madre de sus hijos mayores, Carlos y Antonio; la actriz Geraldine Chaplin, madre de su tercer hijo, Shane, fue su musa y cómplice en una etapa de intensa creatividad, y la última, Eulalia Ramón, madre de su hija Ana, su amor sereno y duradero. Ramón le acompañó en su último rodaje, Las paredes hablan, documental que cerró su filmografía junto con los ensayos Lorca por Saura, con los recuerdos de casi un siglo recogidos ahora en De imágenes también se vive.
Extraído y adaptado de www.elpais.com. Disponible en: https://elpais.com/eps/2023-09-06/las-memorias-visuales-de-carlos-saura.html#?rel=lom.
Consultado en septiembre de 2023.
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